lunes, mayo 06, 2013

Oscuridad luminosa

El polvoriento y oscurecido corazón de la Vía Láctea. 

Oscuras nubes moleculares se extienden entre las estrellas en esta imágen de alta resolución, entre Altair y el Triángulo de Verano, en la constelación del Aguila, un extenso complejo conocido como LDN 673 y donde algunos puntos, como la rojiza zona brillante que vemos en la parte superior izquierda, llamada RNO 109, indican la posible formación de jóvenes estrellas, aunque esta actividad sigue siendo muy limitada a pesar de que existe aquí suficiente materia para formar cientos de ellas, en muchos casos con sus propios sistemas planetarios.

Somos polvo de estrellas, una expresión menos simbólica y más literal de lo que podamos imaginar, ya que los elementos químicos que forman nuestro cuerpo nacieron, con la excepción del Hidrógeno y parte del Helio, en grandes "hornos" estelares, en el corazón ardiente de estrellas ya desaparecidas mucho antes del antes del nacimiento del Sistema Solar. Pero a su vez ellas también nacieron del polvo, del legado dejado atrás por las primeras generaciones, cuya fugaz y extraordinaria vida, ardiendo con furía en los albores de la existencia, pusieron las bases de nuestro futuro.

La Vía Láctea, está formada, según unas estimaciones aproximadas, de unos 200.000 millones de estrellas, pero entre su brillante población se esconde grandes reservas de material estelar, oscuras nubes moleculares que serán la semilla de nuevas generaciones estelares y que permiten asegurar que nuestra galaxia seguirá brillando en un futuro lejano. Unas reservas casi invisibles excepto cuando una estrella cercana las ilumina (lo que se conoce como un nebulosa de reflexión), pero que podemos ver recortándose sobre el fondo iluminado de los brazos de nuestra galaxia.

En cualquier fotografía de la Vía Láctea, la que nosotros vemos como una tenue franja luminosa recorriendo la Bóveda Celeste y cuyo tono "lechoso" le dio el nombre, permite observar que está formada de franjas de luminosa y oscuras, las primeras formadas por las estrellas de nuestra propia galaxia, las segundas por las nubes de gas y polvo que se extienden entre ellas y por delante del fondo luminoso de estas primeras. Una combinación curiosa, donde la luz que vemos actualmente representa el pasado y presente de nuestro hogar, y la oscuridad representa aquella que algún día iluminará un lejano futuro.

Una visión de la Vía Láctea desde nuestro firmamento, con la brillante Altair como punto de referencia. Podemos ver las oscuras nubes moleculares recortándose sobre la luz de las estrellas que forman nuestra galaxia. Copyright: Babak Tafreshi. 

Otro ejemplo de nube molecular, en este caso una nebulosa de reflexión al estar iluminada por Rigel.
 
Dark Clouds in Aquila  

1 comentario:

Blog de perros dijo...

Que hermoso blog, me encantan todas estas imágenes, que preciosidad. Sería una maravilla poder ver las estrellas sin la contaminación que las tapa.