miércoles, septiembre 20, 2017

Al inicio de la gran odisea

Se cumplen 40 años de la primera imagen de la Tierra y La Luna juntas en la inmensidad. 

El 5 de Septiembre de 1977 despegaba una sonda destinada a tocar las estrellas, de cruzar la frontera final y ser el primer enviado de la Humanidad en alcanzar el espacio interestelar. Nadie pensaba en algo así cuando la Voyager 1 iniciaba de forma accidentada, con problemas en su cohete lanzador que la dejaron cerca del fracaso, su viaje hacia los gigantes exteriores. Júpiter y Saturno eran sus principales y únicos objetivos, ya que nadie pensaba, por mucho que se hicieran todos los esfuerzos técnicos imaginables para asegurar su supervivencia a largo plazo, en que 4 décadas después seguirá en activo, y que habría alcanzado y superado la heliopausa aún con suficiente capacidad científica para enviarnos los primeros datos jamás tomaos desde el reino de las estrellas, más allá de donde alcanza la reparación del Sol.

Hablar de la Voyager 1 es hablar de una leyenda. No solo por sus logros posteriores y actuales, ya que desde casi el inicio de su viaje alcanzó hitos para la historia. Y el primero de ellos llegó hace 40 años. Un 18 de Septiembre de 1977, apenas 13 días después de su despegue. Fue entonces cuando, ya a 11.66 millones de Kilómetros de distancia, miró hacia atrás y tomó la primera fotografía de la historia con nuestro mundo y su compañera de viaje juntas en la oscuridad. Existían otras anteriores, pero siempre había sido desde la órbita terrestre, o aquellas tomadas en órbita lunar. Nunca lejos de ellas, nunca desde la distancia. Hasta ese día. Y como una curiosidad del destino, justo sobre la vertical del Everest.

Fueron en realidad 3 tomas, cada una de ellas utilizando un filtro de color diferente, y después combinadas en el centro de procesamiento de imágenes Jet Propulsion Laboratory. Tuvo que retocarse ligeramente la luminosidad, ya que la Tierra es mucho más brillante de La Luna, ya que los océanos y las nubes tiene una capacidad de reflejar la luz solar mayor que la gris y polvorienta superficie selenita. Por ella, manteniendo el resplandor real de nuestro planeta, se magnificó por un facto de 3 el lunar, para permitir así verlos claramente a ambos. Unas pequeñas concesiones que no quitan transcendencia y belleza a la escena.

Así empezó su odisea, mirando a casa, y con ello dándonos una visión del hogar que no habíamos tenido hasta entonces, ofreciendo como nunca antes habíamos tenido la sensación de ser un punto en la inmensidad. Uno pequeño, azulado y pese a todo maravilloso.

El despegue de la Voyager 1.Problemas con el encendido de la segunda etapa del cohete Titan IIIE hicieron temer lo peor, aunque al final la etapa superior Centauro fue capaz de compensar el impulso que faltaba. A ella debemos todo lo que la Voyager 1 consiguió posteriormente.

En 1990 la Voyager 1 miró de nuevo a la Tierra. 13 años y seis mil millones de kilómetros después, ahora era apenas un píxel de luz, un tenue punto azul en la inmensidad. 

Long Way From Home

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